Camarón vive

sentimientos y locurasHace 23 años, un dos de julio, el gitano rubio de La Isla se hizo leyenda. Un cáncer de pulmón que venía arrastrando tiempo atrás se lo llevó a los 41 años en la cima de su carrera.

Quiso ser torero. En más de una ocasión dijo que lo que más le hubiera gustado hacer, además de cantar, habría sido dar una media verónica como sus amigos Curro Romero o Rafael de Paula, pero sus descomunales e innatas condiciones para el cante y su pavoroso miedo a la muerte le alejaron del toro y le marcaron con nitidez el camino del arte jondo.

Revolucionó la manera de entender un arte trayendo de cabeza a expertos y aficionados y dejando boquiabiertos a músicos de todo estilo y condición. Abrió las fronteras de este arte de raíces centenarias a espacios que, hasta su arrolladora irrupción en el mundo del cante, le habían estado vedados. No sólo fue un revulsivo para el flamenco, en una época de renacimiento, sino que además, supuso el espaldarazo definitivo para que nuevas generaciones tuvieran un referente para introducirse de una manera distinta.

2010120493MANOS_1Tuvo una trayectoria breve pero intensa, dramática pero viva, ortodoxa pero revolucionaria, porque todo lo que expresaba era Flamenco, a su estilo. Todo sonaba (suena) distinto en él, desde la más estricta soleá hasta los más recónditos fandangos. A penas cuatro décadas le situaron entre los grandes, Franconetti, Enrique «el Mellizo», Manuel Torre, La Niña de los Peines, Caracol, Mairena, Morente,.. pero nadie como él para traernos el desgarrador grito de la seguiriya, ni el estremecedor compás de la bulería. Sus conciertos internacionales le granjeaban piropos de figuras como Mick Jagger o Peter Gabriel. El mismísimo Quincy Jones quería apadrinarlo en todo el planeta a gran escala. Con Camarón murió otro heredero de los sonidos negros.

Foto: José Lamarca

Foto: José Lamarca

José Monge se bastaba a sí solo, pero probablemente se habría quedado en un cantaor más, como tantos otros perdidos en las marismas del Sur de no ser por la conjunción de dos de los astros más luminosos del universo del flamenco, Camarón y Paco de Lucía. Aunque ya se conocían  de Jerez, no comenzaron su relación hasta su coincidencia en Madrid a principios de los 70. El de Lucía se encontraba grabando con Bambino cuando apareció un niño traído por Bambino para darle una oportunidad. Los guitarristas estaban cansados y ninguno quiso acompañarlo, sólo Paco, el más joven, se decidió a ayudar al chaval. Cisneros, el productor, se negó a ficharlo. No le veía salida comercial y mandaron al niño a casa. Ese niño era Camarón. Meses después, de borrachera por Jerez, Paco se encontró a Camarón y la noche se convirtió en día. Pasaron horas bebiendo y por la mañana Camarón le propuso a Paco «ir a ver a las gitanas recién levantadas» que había alguna muy guapa. Fueron, se pusieron a tocar en el patio y se le cayó el alma a los pies: «Empezó a cantar Camarón en el patio y yo no me lo podía creer, el impacto fue tan fuerte… sentí como que había llegado El Mesías. No me podía imaginar que se podía cantar así. Me impactó de una manera brutal. Imposible de definir. Ahí le dije: Camarón vente a Madrid a grabar. Fue lo más importante musicalmente que me ha pasado en la vida, conocer a Camarón».

Camarón, Paco de Lucía y  Tomatito durante la grabación de Potro de Rabia y miel

Camarón, Paco de Lucía y Tomatito durante la grabación de Potro de Rabia y miel

Ha corrido mucha tinta en torno a la relación entre Camarón y Paco de Lucía. Los diferentes estilos de vida y alguna que otra disputa les separó hasta su reencuentro en 1981 en «Como el agua», que continuaría más o menos estable con «Calle Real» (1983) y «Viviré» (1984).

El último disco de Camarón grabado en colaboración con Paco en 1991, «Potro de rabia y miel», define a la perfección esta relación: rabia y miel. La historia del flamenco del siglo XX, la de los aristócratas de un arte que hasta que llegaron ellos no salía de las ventas, los señoritos y las juergas en las que se juntaba el sol del atardecer con el del amanecer y el hambre con las ganas de comer. Los dos de la mano revolucionaron el arte jondo y ya están juntos para siempre.

Y sin embargo, me vais a perdonar, lo mejor de ese gitano rubio solo lo conocemos nosotros.  Los de su pueblo. También Camarón tiene su leyenda negra. Son famosas las «espantás» de Camarón,  como lo fueron las de Antonio Vega. Noches en los que por un motivo o por otro no era capaz de cantar más de dos temas,  si es que aparecía. Lo que no son tan conocidas son esas noches de verano y verbena de barrio en las que alguien le decía,  José súbete a cantarte algo. Y allí, en un tablao junto a los muros de un estero o en una callejuela, un tipo que había agotado el aforo del Teatro El Cirque d`Hiver de París, se arrancaba por bulerías o alegrías entre los suyos. Más de un foráneo acababa diciendo,  como se parece ese tío a Camarón. A ver quién se lo aclaraba.

Como Lennon o Elvis, es puro mito  y en cada rinconcito de la Isla su voz sigue siendo un misterio.