Rompeolas de todas las españas
Aunque sigo a Vicent a través de sus artículos y crónicas parlamentarias en prensa desde sus tiempos de colaborador en Hermano Lobo, del Vicent novelista sólo había leído en su momento el Tranvía a la Malvarrosa, hasta que una entrevista en radio en pleno confinamiento despertó mi curiosidad por esta presunta crónica del Madrid, de la España, de los primeros sesenta.
Confieso que nada más comenzar la lectura me sentí un tanto confundido. Me había hecho la idea de una novela en torno a las noches glamourosas y divertidas del mundillo couché alrededor de las andanzas de actores, actrices y escritores americanos en las noches madrileñas del comienzo de los sesenta y me encuentro, al igual que en El Tranvía, con un viaje iniciático, el del estudiante de Derecho David Arnau, que abandona su ciudad a orillas del Mediterráneo para establecerse en Madrid y cumplir con un doble sueño: conocer a Ava Gardner y convertirse en director de cine, para acabar encontrándose a sí mismo en los sótanos de la Dirección General de Seguridad a base de bofetadas. Un viaje iniciático que no deja de ser el trasunto del que vivía la España de la época del país que se ahoga cubierto por la pátina oscura y represiva de la dictadura franquista a los tiempos de cambio de la mano de la nueva clase media que se adivinaban en el horizonte.
En esta novela se mezclan magistralmente realidad y ficción, aunque en realidad es lo de menos. Como diría Luis Antonio de Villena con ocasión del Tranvía a la Malvarrosa «Manuel Vicent es un prosista lírico, un narrador de aromas, un metaforizador del costumbrismo, un realista de la prosa sonámbula.» Y en Ava en la noche Vicent no nos cuenta una historia ni hace una crónica, sino que crea una atmósfera en la que retrata la inestable frontera entre un tiempo oscuro y en declive y otro que despunta en el horizonte. Las situaciones, los hechos concretos, no son más que pinceladas con que Vicent se apodera de los recuerdos y los vuelve vívidos y candentes en este retrato de un Madrid partido en dos, el de Ava Gardner, Hemingway, Orson Welles, Lola Flores, Caracol o Dominguín en Chicote, Pasapoga o el Florida Park, y el de los bajos fondos, el de las aceras llenas de lapos de día, el de los sótanos de la Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol, el de Jarabo y el garrote vil.
Un Madrid, una España, partidos en dos: el del glamour nocturno y el de una dictadura que comenzaba a resquebrajarse. Un Madrid que se saborea, se huele, se oye y se palpa. Vicent consigue implicar a todos los sentidos en esta brillante creación, en la que se mezclan belleza y esperpento a partes iguales y que rebosa de la gracia y el divertido caudal de ironía de un gran estilista, que a ratos parece luchar consigo mismo, en un quiero y no puedo, ansioso por construir una sólida novela que una y otra vez se le escapa porque le gana la crónica de costumbres.
Una lucha entre el novelista y el periodista a la que se abandona con tanta libertad y elegancia, que el lector se deja cautivar por ese lenguaje rico en metáforas, poesía y armonías, hasta el punto de llegar a perder el hilo de la narración cautivado por los aromas, sonidos, colores y sensaciones que Manuel Vicent compone con su dominio del lenguaje y te llevan a una especie de sinestesia que te obliga en no pocas ocasiones a volver atrás en la lectura para continuar con el relato.