Si te dijera amigo mío que temo a la madrugada…
Te has ido. Tú no me conoces, pero yo tengo la sensación de que te conocía desde antes de nacer. Para mí estás hilvanado a la casa de mis padres, al olor a mar y a sal. Pero no solo allí. También a otras casas y a otros amigos. A la casa de Antonio y Loli, llena de libros y de su forma de hablar pausada y tranquila. A su hijo Raúl, que tanto me chinchaba. A María, siempre con sus bailes y siempre con una sonrisa en la cara.
Siempre estuviste ahí. Cantándome, a tu pesar, porque dicen que para ti la música fue un accidente. Descubriéndome desde antes que yo misma lo hiciera. Me enseñaste que era de otro planeta. Me enseñaste la pasión. Me enseñaste a amar. Esperé siempre en la mesa de una cafetería junto a la entrada de un cine. Una tarde que yo siempre imaginé lluviosa, quizás porque cuando llovía, con esa melancolía que te invade, te sentía más cerca. Tu voz cálida será difícil de olvidar. Recuerdo un concierto, en el teatro Villamarta de Jerez. Nos enteramos tarde, como solía ocurrirnos. Pero conseguimos entradas. En el gallinero, última fila casi. Presentabas Aire/Invisible, supongo que por el momento en que me pilló, para mí, uno de tus mejores trabajos. Como sonó tu voz. Parecía que me cantabas al oído. A mí.
No fueron pocas las noches de verano en que alguien, con una guitarra, comenzaba a tocar tus notas y luego nos arrancábamos todos, como si simplemente pasaras por ahí y te obligáramos, en espíritu, a quedarte con nosotros. No fueron pocas las veces que escuché a mi padre con la suya intentando descifrar como movías los dedos sobre los trastes, buscando una respuesta, un aleluya. No fueron pocas las madrugadas en las que leía tus libros de poesía, soñándome hermosa, dejando que tus palabras me describieran como la mujer que quería ser y deseando bailar, slow, with you, hasta el amanecer.
Porque fuera de estereotipos y de ideologías de moda, tus mujeres siempre fueron inteligentes, o yo las siento así. Y el amor maduro. Sin rencores ni envidias. Una conversación entre dos amigos por la melancolía de quien se ha ido ya pero ha formado parte de nuestra vida. Y con todo ello me ayudaste a construirme. Con tus símbolos. Comprando entradas para el Alphaville, aunque hacía mucho que ya no ponían La huida… esa de Sam Peckinpah con Steve Macqueen. Enjuto, serio, sosegado, unido al humo de un cigarro y con la calma de quien ya ha vuelto mil y una veces a Ítaca, así eras para mi.
Mira que eres canalla. Te has ido, en silencio, como viviste. Con la elegancia de quien sabe estar y sabe marcharse. Hace mucho que no te veía por los escenarios, trataba de adivinar como estabas… pero en mi casa seguía sonando tu música como un bálsamo. Incluso sigo buscando un chador para poder bailar con él bajo la luna, tomando té. Te has ido cuando ni siquiera hemos podido llorarte en condiciones… Esto no se hace a quien te quiere bien. Y aunque no me conoces, tú eres parte de mi vida. Y lo serás siempre. Porque siempre queda la música…