Te fuiste amigo sin decir adiós
Re mayor, Si mayor bemol, Mi menor, Re mayor, Si mayor bemol… «Voy buscando un amor…». Verano del 72, catorce años y una guitarra a cambio de un curso sin suspensos, fastidiando la siesta de los vecinos intentando sacar acordes con mi primo Juan Bernardo. Era el método, Romance Anónimo, La Bamba y las canciones de moda, Rosas en el Mar, entre otras.
Ese mismo año, en los inicios de mi aventura lasaliana en Granada descubría que Twist and Shout comparte acordes con La Bamba, me conquistó un belga con Ne me quite pas, y descubría que Rosas en el mar no era de Massiel sino de un tal Aute, que además era autor de joyas como Al Alba o Aleluya. A partir de ese momento, Aute entró a formar parte de mi inconsciente.
Dedicado a la pintura y la poesía, la música era algo temporal, hasta el extremo de abandonarla tras la publicación de 24 canciones breves, en parte desencantado con la industria discográfica, hasta que en el 73 irrumpe con Rito, el primer volumen de la trilogía Canciones de amor y muerte, que se vería completada por Espuma (1974) y Sarcófago (1976).
Eran momentos apasionantes. La muerte del dictador y el cambio de régimen nos cogió en plena efervescencia adolescente y nos bebíamos la vida hasta atragantarnos. Lo experimentábamos todo, manifestaciones, pegadas de carteles de madrugada, huelgas de estudiantes, el primer porro, y la música. La música formaba parte de nuestra existencia. Lo mismo salíamos de un concierto de Luis Pastor en el instituto que nos juntábamos por la tarde en casa de José Manuel, el primero en tener un equipo de música decente, a escuchar Toys in the Attic de Aerosmith, el Borboletta de Santana o el Te recuerdo Amanda de Víctor Jara, mientras ojeábamos El Socialista y el Mundo Obrero. En esa vorágine nos llegaron la Nana a una niña fría, Las cuatro y diez, Dentro, o El Ascensor, transgresoras contra morales obsoletas y sensibilidades caducas, y Aute se nos filtró por los poros de la piel para el resto de nuestros días.
En 2011 Aute publicó Giraluna, un cuento ilustrado por él mismo que tiene como protagonista a un girasol insumiso llamado el Giraluna Un girasol que, a diferencia del resto, decide no agachar la cabeza por la noche para aguardar la llegada de la Luna. Este Giraluna, ese elemento disidente y diferenciador entre la caterva, es la inconsciencia colectiva, la esencia de ternura, dolor, pasión, afecto, esperanza, desesperación y ahelos de libertad que bailamos a los sones y compases del Autotango del Cantautor de este bardo fumador empedernido y pícaro cordial, Ayer, a la vez que me llegaba por WhatsApp la noticia de su pérdida, oía por la radio una cita del gran Peridis, «La vida no es más que un soplo de aire fresco en un callejón sin salida«. Eso ha sido, y seguirá siendo la obra de Aute, un soplo de aire fresco en un callejón sin salida.
Seguro que hay un nombre para describir que no tomes conciencia de algo hasta que te sucede. Esa canción que suena mientras vas por la calle con el walkman, o haces la comida, que pasa casi desapercibida mientras impregna tu esencia, y llegado un momento, trágico o jubiloso, aflora, embarga y conforta. La banda sonora de tu vida, dicen. Aute cantaba, canta y cantará, historias. La tuya, la mía, la de todos. Historias del día a día. Lo cotidiano en verso. Me he estremecido con Dentro, Las cuatro y diez, Albanta, Al alba, Prefiero amar, Pétalo... y ahora que nos ha dejado no paran de rondarme por la cabeza los versos de Ché que mal de su doble álbum Aire Invisible, «Te fuiste, amigo, sin decir adiós, sin dar ninguna explicación. Ya sé que fue por un golpe de tos y no por mala educación. Aunque, de todos modos, qué marrón, zarpar así, sin avisar…»