Nos ha dejado el cómico Gallardo

El pasado viernes, en nuestra conversación habitual al final de la jornada, me comentaba Helena la muerte de Manuel Gallardo. Me extrañó que se me pasara la noticia pues me gusta estar al tanto de los acontecimientos. A lo largo del coloquio encontré la explicación, en todos los titulares destacaban la muerte del «actor de Verano Azul». Podrían haber dicho el actor del Estudio 1; el del premio San Jorge al mejor actor del año por su papel en Tierra de todos de Isasi Isasmendi; el intérprete de Jasón, Creonte, Hermes, Augusto, Julio César o Egisto entre otros muchos en el centenar largo de obras en las que tomó parte. O mejor aún, el Cómico Gallardo, que igual sería el calificativo que él hubiera elegido, porque Manuel Gallardo ha sido uno de los grandes cómicos, viajeros a ninguna parte que van quedando. Acabé algo perplejo, entre fastidiado y mustio.

Y es que el teatro forma parte de mi vida. Quizá el hecho de que mi padre fuera miembro de una compañía de teatro aficionado y me llevara a los ensayos desde mi más tierna infancia ha tenido algo que ver. También la tele. Aquella Vanguard que mi padre compró de vuelta de la playa días antes de la llegada de Armstrong a la luna porque no podíamos perdernos el acontecimiento. Y lo vimos, vaya si lo vimos hollar la superficie lunar ante la incredulidad de mi abuela que nunca admitiría el suceso.

La llegada a la luna sólo fue el comienzo. Aquel aparato en blanco y negro con un solo canal, abrió en nuestro comedor una ventana a una nueva realidad. Aunque en aquellos tiempos el control parental era analógico, es decir, después de cenar a la cama y colleja a la menor reticencia, en casa disfrutamos de alguna dispensa. Dos en concreto, el boxeo (eran los tiempos de Legrá, Urtain y Pedro Carrasco) y el Estudio 1. También eran tiempos de los rombos. En el vértice superior derecho de la pantalla aparecían superpuestos a la emisión un rombo si era restringida para mayores de 14 años, y dos si era para mayores de 18. En casa se cumplía a rajatabla la recomendación salvo en el Estudio 1, al reservarse mi padre el derecho a la censura, «el teatro sólo puede venirles bien» solía decir. Alguna obra con exceso de picante dio con nuestros huesos en la cama, pero aunque verla no la veíamos, en aquellos pisos de barrio obrero la seguíamos de oído… no sé si fue peor el remedio que la enfermedad.

Semana a semana la generación del «baby boom», que no somos pocos, comenzamos a sucumbir al veneno del teatro. Las obras que representaba el grupo de mi padre estaban bien. Eran muy buenos, pero no pasaban de sainetes y obras de los Álvarez Quintero, Miguel Mihura, o Alfonso Paso, y algún que otro auto sacramental. Esto de la tele era otra cosa. Acabó convirtiéndose casi en una liturgia. Una vez a la semana adelantábamos la cena, nos poníamos los pijamas por ganar tiempo y nos acomodábamos los cuatro en el sofá al sonar la sintonía. Seguíamos la emisión en silencio sepulcral y al acabar no faltaban los comentarios, preguntas, explicaciones, valoraciones de los actores, las escenas, la dirección, el montaje… A mi padre no sólo le gustaba el teatro, también contarlo y enseñarlo, así que un día a la semana llegábamos al colegio con los ojos pegados y la mente un poco más abierta.

Por esa ventana que abrimos en el comedor para ver al hombre llegar a la luna acabaron colándose ellos. Autores, directores, actrices y actores que una vez a la semana compartían sobremesa con nosotros y acababan siendo como de la familia. También Gallardo pasó por casa en no pocas ocasiones, y como no podía ser de otra manera acabamos envenenados.

De la mano de los cómicos del Estudio 1 pasó lo que tenía que pasar. Nunca olvidaré mi primera tarde de teatro en vivo después de tantos años en blanco y negro. En mi pueblo no había teatro o casi. Estaba el edificio, el Teatro de las Cortes, donde se firmó la Constitución de 1812, pero había quedado relegado a cine. Tuve que esperar frente al Vanguard al 79. Con 21 años llegué a la estación de Atocha como Paco Martínez Soria o Alfredo Landa, con la boina calada y el canasto con los pollos. Sólo un fin de semana por delante para participar en un congreso ecologista y dos ideas fijas en mi mente, la familia de Carlos IV y La Pradera de San Isidro en el Prado (que me perdone don Diego que, sin restarle mérito ni admiración, siempre fui más de Don Francisco) y asistir a una función de teatro. La que fuese. Cualquiera sería buena. Lo conseguí y lloré. Lloré con las pinturas negras, también con las hilanderas, y lloré en el Teatro Reina Victoria en la Carrera de San Jerónimo. Cualquier obra serviría, pero me tocó la Gata sobre el tejado de zinc. Marisa Paredes, Carme Elías, Eusebio Poncela y José Bódalo. ¡Vaya estreno!. Y recordé las veladas familiares del Estudio 1. Porque allí, sobre el escenario estaban ellos. Paredes, Bódalo y Poncela en carne mortal. Y lloré. Y como Julia Roberts en la Traviata, casi me meo en los calzoncillos, con perdón.

Mucho ha llovido desde entonces y muy intensa y venturosa ha sido y es mi relación con el teatro. Ahora soy yo quien les devuelve la visita acudiendo a su casa, al Español, al María Guerrero, a La Abadía, al Kamikaze Pavón, al Matadero, al Bellas Artes… todos los años me acerco agradecido por estar ahí. Por haber estado ahí. Y cuando de tarde en tarde leo una noticia, una crónica o veo una foto como la de Gallardo, toda esa vivencia, todas esas sensaciones me embargan de nuevo.

Todo comenzó con ellos y lo siguen haciendo posible ellos, los cómicos, que como mucho, acabarán recordados como lo han sido el padre de Javi o Chanquete en Verano azul, el Algarrobo de Curro Jiménez, y probablemente lo serán el legionario de Hispania y el Satur de Águila Roja.

Nos deja Manuel Gallardo, pero queda su simiente. Como dijo Pirandello, «El teatro no puede morir. Forma parte de la vida misma; todos somos sus Actores. Y aunque fueran abolidos y abandonados los teatros, el teatro seguiría en la vida, insuprimible».

Por si os interesa, aquí os dejo el enlace a El Perro del Hortelano, con Manuel Gallardo, en Estudio 1 emitido el 8 de mayo de 1981.