Batalla dialéctica campal

Hay obras de teatro que te pillan a traición. Esta es una de ellas. No ya como un puñetazo en el hígado sino como un tiro por la espalda. Cuando ya estás tranquilo y crees que ha pasado el peligro, zas. Te atrapa. También es lo bueno de ir a ver algo sin saber muy bien qué es lo que vas a ver. Solo por el placer de disfrutar, en este caso, del siempre fabuloso trabajo de María Morales.

A María, si me permite que la tutee… hoy me tomaré esa licencia, yo la conocí en Urtain donde ni siquiera el inmenso, en lo físico y en lo emocional, Roberto Álamo, que era el dueño y señor del escenario, consiguió eclipsarla para mí. Desde entonces he visto todo lo que ha puesto sobre los escenarios de Madrid, desde la pequeña Cama hasta Shock, el Cóndor y el Puma, dirigida de nuevo magistralmente por Andrés Lima, por la que debería llevarse más de un premio. Y en esta ocasión no me defraudó, y de nuevo volvió a dejarme pegada a la butaca, aunque he de añadir que sus compañeros no se quedaron atrás.

Repasando la cartelera vi que en el Teatro Español estaba representando Atentado. Un texto de Félix Estaire, al que confieso que hasta entonces no conocía y que también dirige la función, que yo, en mi inocencia al leer el argumento creí que iba a tratar del Síndrome de Primo. En un museo de algún lugar de Europa se produce un atentado por un terrorista suicida. Solo dos personas, en principio, consiguen sobrevivir. La propia Morales y Ángel Ruiz. Entre ambos comienza una conversación.

Y lo cierto es que me gustaría contar más, pero prefiero no reventar el argumento a todos los que vayan a verla después que yo. Sí diré que interesada por el complejo del superviviente, cuando la función comienza me quedé un poco desinflada, porque ya avanzo que no es el nudo del conflicto. De hecho el texto me parecía simplón, muy bien defendido por Ruiz y Morales pero simplón. Hasta que comenzó a coger ritmo. Y entonces entró el disparo. A traición. Por la espalda. Y solo me importaba lo que pasaba por el escenario sin percatarme de nada más.

Los tres actores, también figura en el reparto Eva Rufo, debaten sin cesar, con argumentos, algo a lo que en el mundo en el que vivimos estamos cada vez menos acostumbrados, sobre los temas que la obra plantea. Incómodos. Vehementes y veraces (quizás por eso me gustan sus interpretaciones). Pero con una lucidez y una profundidad con las que los tiempos de Twitter están acabando. Discursos cargados de contenido y con más de 172 caracteres. Tanto que se echa de menos no poder tener una copia del texto para desgranarlo despacio. Así que si la labor de Estaire como director es notable, como autor es, para mí, sobresaliente.

La obra juega con el lenguaje, con la comunicación y con las palabras con una soltura que ya me habría gustado que tuvieran más de uno y más de dos de mis profesores en mis años de Universidad en dos Facultades de Ciencias de la Información diferentes. Y entonces llega la duda. ¿Nos manipulan? ¿Quién? ¿Cómo lo evitamos? ¿Quién es la víctima? ¿Cómo conocer la verdad? Y la pregunta final ¿Quién es el bueno y quien el malo? Y con todas esas preguntas en la cabeza, después de una hora de función, la luz se enciende y el pobre espectador (pobre espectadora en este caso) tiene que recoger sus cosas y marcharse a casa pensando que quería haber visto otra obra, pero que sin duda habría sido peor que la que ha visto. Con la sensación de haber aprendido y ser una persona diferente de la que entró en la sala y con la mochila llena de cosas que poco a poco deberá ir analizando. Pero lo que sin duda aprendí es que siempre hay que escuchar al otro.