Pantocazos trepidantes por el estrecho

el_nino_31025La película venía bien recomendada. Con un reparto encabezado por Luís Tosar, hombre cuya solvencia ante la cámara está más que demostrada, escoltado por Eduard Fernández, Sergi López y Bárbara Lennie prometía. Además la dirigía Daniel Monzón, que sorprendió con Celda 211, presentando una cinta de acción carcelaria que dejó a muchos pegados a la butaca, y del que se esperaba que continuara con esa línea de película trepidante aunque con un punto de ternura.

Efectivamente, El niño cuenta una historia de acción. Centrada en las patrullas contra el narcotráfico del Estrecho, donde una pareja de policías (Tosar y Lennie) pretende demostrar que por las antiguas rutas del hachís están comenzando a pasar cocaína y todos los problemas y la corrupción, las amenazas que sufrirán tanto dentro como fuera del Cuerpo. Al mismo tiempo, dos jóvenes gaditanos están comenzando a introducirse en este peligroso mundo atraídos por el dinero fácil y el hambre de aventuras. Y, a la vez, como ocurría en Celda 211, es una historia de amistad.

Dos parejas de amigos (Fernández-Tosar) por un lado y los jóvenes Jesús Castro y Jesús Carroza. Es en esa segunda parte donde la película flojea un poco. Si bien Castro lo tiene todo para convencer ante la cámara, es indudable que lo quiere, las conversaciones entre ambos resultan excesivamente naturales tanto que, paradógicamente, parecen artificiales ante la cámara, quedando forzadas en muchos casos, y contrastando con la fuerza y la facilidad con que intercambian las suyas la pareja de policías.

Luis Tosar y Eduard Fernández

Luis Tosar y Eduard Fernández

La cinta maneja bien la intriga de la investigación policial, suministrando las pistas con cuentagotas, y tiene gran acción que en cierta forma va en detrimento de la historia. Sin embargo, tuvo la virtud de recordarme una escena que desde hace tiempo buceaba en mi subconsciente. Desde que leí en mi adolescencia La reina del Sur, de Pérez Reverte, en mi cabeza tenía la imagen de los pantocazos de las lanchas en el mar y las aspas del pájaro (el helicóptero de la patrulla aduanera) casi rozándolas. Y la película muestra dos persecuciones que dejan con ganas de más al espectador con un duelo magnífico, ahí sí, entre Tosar y Castro, que como un kamikace hará lo que sea necesario para llegar a puerto. La película, como la novela, recoge la tensión y la emoción, la necesidad de jugarse el todo por el todo cuando se está solo en medio de la confluencia entre Mediterráneo y Atlántico y muchas veces llevados por la adrenalina de la caza.

Espectaculares persecuciones

Espectaculares persecuciones

Y de nuevo aquí, como ocurría en su anterior largo, Monzón nos hace cuestionarnos quién es el bueno, quién el malo. Lo mismo que Malamadre conseguía con ese “calzones, tú me lo habrías dicho” inolvidable, logra Tosar aquí al final de la película, y en esta ocasión sin necesitar siquiera abrir la boca.

Una historia de narcos, de policías, de buenos y malos, de amistad y lealtad, dos conceptos que son válidos a ambos lados de la ley, sin duda, con unos códigos de honor retorcidos aunque marcados a fuego. Algeciras y la realidad que se vive allí con lanchas arrojando hachís en el estrecho y gente jugándose la vida para hacerle el negocio a otros, los que ganan el dinero nunca han necesitado echarse a la mar, por ambición o por hastío. Dos horas de cine solvente y bien ejecutado al que quizás sólo le falta concluir un poco más las tres historias que la conforman, cuando menos una parte de ellas.