Esperando a la Doctora Who
Me imagino la escena. O más bien me la quiero imaginar. Russell T. Davies y Stephen Moffat rodeados de un montón de pintas vacías y uno le dice al otro: «a que no hay huevos de resucitar al Doctor». Y los hubo. Probablemente no fuera así. Yo soy víctima de mi temperamento mediterráneo y ellos llenos de flema británica. Pero también soy libre de imaginarlo como quiera. Lo importante es que consiguieron venderle a la BBC la fabulosa idea de resucitar una serie que había triunfado en la ciencia ficción entre los años sesenta y ochenta.
El Doctor Who volvía a antena en 2005 con la cara de Christopher Eccleston y más ideas que medios para realizarlos. Daleks y Cybermen volvían a la vida conservando la misma estética mientras a los mandos de la Tardis el mismo señor del tiempo luchaba incansable contra ellos. Y cuando digo pocos medios no es un eufemismo. Cualquier aficionado recuerda con media sonrisa ese primer capítulo con unos brazos de maniquíes que intentaban asfixiar a los protagonistas…
Yo lo conocí en una escena similar a la que imaginaba para los padres de la criatura. Una cena, unas pizzas y un amigo al que en las noches en las que he acabado a las tantas enganchada a un capítulo triple he deseado más de un retortijón por inocularme el virus. Me puso tres capítulos. Escogidos, eso sí. Recuerdo que Parpadeo era uno de ellos. Y caí rendida.
Con el éxito llegaron los medios, pero las ideas seguían ahí y no perdieron su fuerza con fuegos artificiales. Lejos de ser una serie exclusivamente para frikis de la ciencia ficción, que lo es, los guiones primero coordinados por T. Davis y luego por Moffat alternan capítulos hilarantes con otros delirantes y con cierta carga de profundidad que acecha a los espectadores escondidos en sus meandros, quizás más en la etapa de David Tennant. Una vez que Moffat cogió las riendas la serie derivó más por los vericuetos de la mecánica cuántica y los viajes en el tiempo con una singular peculiaridad: dos viajeros en el tiempo viajando en sentido inverso, así cuanto más se conocen, paralelamente, se conocen menos.
Los británicos descubrieron antes que nadie que temporadas son eso: temporadas. Primavera, otoño, invierno y verano. Y las series tenían doce o trece capítulos que se adaptaban a las semanas de cada estación (algo en lo que parece que la televisión internacional les están dando la razón). Así condensan mejor todo el argumento en menos episodios y la historia es mucho más sólida. A eso se añade que los guionistas en más de una ocasión trabajaban en capítulos dobles o triples en los que el espectador sufría los días en los que tardaba en llegar la siguiente entrega. Eso salvo los afortunados que la descubrimos tarde y lo único que teníamos que hacer era trasnochar un poco más y darle a reproducir siguiente capítulo.
La gran característica del doctor es que cada cierto tiempo, en lugar de morir, cambia. Y cada vez (cada tres años en esta nueva etapa con la excepción de la primera entrega) con una personalidad distinta. Un personaje completamente distinto cada vez. Desde la arrogancia de David Tennant a la inocencia de Matt Smith o el genio despistado de Capaldi (que por cierto, hizo de personaje episódico en la cuarta temporada), cada uno le deja su impronta. Unas diferencias que se pudieron medir especialmente el el capítulo del 50 aniversario de la serie, el único en el que tres doctores intentaban lo imposible: salvar un planeta cuatrocientos años después de su destrucción. Para ello se necesitaron nada menos que 13 Tardis … un merecido homenaje a todos aquellos que han hecho soñar a varias generaciones.
Y como ya han hecho una variada exploración del carácter masculino, el bueno de Moffat y los suyos, en un nuevo giro que ya han probado en la serie, han decidido que el doctor se vuelva doctora y que a los mandos de la Tardis haya 53 años después de su primer viaje una mujer. No es la primera vez que en la serie prueban este experimento… A ver que tal funciona. La actriz de momento promete. Si la recordáis es la madre de Broadchurch (sí, la misma en la que David Tennant era un taciturno inspector de policía).
Desde aquella cena llevo dos meses viajando con el Doctor. Sin parar. Forzando los límites del tiempo, del espacio y de mi propia imaginación. Me ha hecho reír y me ha hecho llorar. Me ha divertido y me ha enseñado. Sobre todo de mi misma. El doctor tiene días mejores y días peores. Días en los que está más inspirado y otros en los que simplemente me permite acompañarle en una aventura. Pero lo más importante que me ha hecho recordar es lo importante que es la curiosidad. Así que espero impaciente a que llegue el día de Navidad y que junto a los regalos Santa deje bajo el árbol a la nueva doctora y a su nueva Tardis.