Unos caen mientras otros se levantan. Siempre habrá un muro que derribar.

Roger Waters a su llegada al Festival de Toronto (Tomada de ABC)

Roger Waters a su llegada al Festival de Toronto (Tomada de ABC)

«¡Gracias! ¡Tengo unos jodidos 71 años! (…) Me gusta estar parado delante del público. Lo he hecho durante muchos años», aseguró Roger Waters. «Es un trabajo duro, pero es un gran trabajo». Con estas palabras agradecía el músico británico el «cumpleaños feliz» que entonaba la sala de cine del festival de Toronto donde se presentaba Roger Waters – The wall.

Se trata de un documental sobre la gira The Wall Live, rodado, sobre todo, durante los nueve conciertos en el estadio del River Plate de Buenos aires. Esta gira mantenía la iconografía y canciones del legendario doble álbum de Pink Floyd, undécimo de la banda. Se publicó en 1979 y tendría su versión cinematográfica en 1982.

32 años después de su publicación, el que fuera su vocalista y bajista ha comentado la diferencia entre las dos: «La película es más humanitaria, más antisistema que la que hice hace décadas con mis queridos colegas de Pink Floyd».

Un momento en uno d los Conciertos de la Gira

Un momento en uno d los Conciertos de la Gira

Sin olvidar un mensaje de respeto por el medio ambiente dirigido a los jóvenes encargados de encabezar la lucha contra problemas como el cambio climático.

Tres décadas y dos años. Cuánto tiempo, cuánta nostalgia… Terminaba mis estudios en la Escuela de Aprendices del astillero de Bazán y comenzaba a trabajar como delineante. Un primer sueldecillo, boda, un seiscientos de cuarta mano y mi primer equipo de música. Un Kenwood con doble pletina.

No era un mal año para comenzar a interesarse por la música. Me fue llegando poco a poco. Empapándome como una lluvia fina que apenas notas y que, al final, te cala hasta los huesos.

En España íbamos con retraso, en todo, y en «provincias», más. Los jóvenes de finales de los ’70 e inicio de los ’80 experimentamos una especie de reflejo del mayo del 68 y la revolución juvenil del mundo occidental. España rompía la estructura franquista del Estado. Primeras manifestaciones, movimientos anti-OTAN, insumisión, ecologismo, sindicatos de estudiantes… Vivíamos intensamente, arrollados por la marea que nos inundaba.

Primeras elecciones municipales democráticas

Primeras elecciones municipales democráticas

En mi pueblo, alguno habrá que se enfade por no llamarlo ciudad, abundaban los clubs. Todos los fines de semana nos reuníamos para charlar, bailar, tontear, leer, hacer teatro, y, por supuesto, oír músca. Más que nada música ligera, pop y algún rocker que comenzaba a despuntar. Lo más de lo más, eran los Archies y los Beatles. En el 77 oíamos formaciones que desaparecieron en el 70. Pero los tiempos estaban cambiando. Sintonizábamos través de emisoras americanas y británicas de la Base de Rota y Gibraltar. No entendíamos los nombres, mucho menos las letras, ni teníamos donde ir a buscar discos ni dinero para comprarlos, pero aquél sonido acabó por embriagarnos. El rock de Genesis, Moody Blues y, por supuesto, Pink Floyd.

Cuánto tiempo perdido. Cuanto me quedaba por recuperar. Ya con mi flamante Kenwood me acerqué a Cádiz a buscar mi primer disco: To old to rock’n roll to Young to die de Jethro Tull, que me tenía alucinado. También encontré un doble de Pink Floyd tirado de precio: Atom heart mother. No tenía muy oído al grupo, pero había una composición que sí que me llegaba Wish you where here, aunque por entonces no acababa de quedarme con el nombre. Así que lo compré también. Rock Psicodélico, me enteré que se llamaba aquello. Mal comienzo.

Como un buscador de oro con su tamiz, fui ampliando mi discoteca hasta que en el 82, un amigo me muestra DISCOPLAY, un catálogo de venta de discos por correo repleto de música. De todos los estilos. De todos los tiempos. De todos los precios. Ese catálogo, hasta la llegada de la era digital fue la salvación de quienes vivíamos fuera de las grandes ciudades. En él apareció un nuevo disco de Pink Floyd, The Wall y yo, masoquista por naturaleza, decidí darle otra oportunidad.

Boletin DISCOPLAY de febrero de 1982

Boletin DISCOPLAY de febrero de 1982

La primera oída fue algo desconcertante. Esperaba algo parecido a lo de antes, quizá más depurado por el paso del tiempo. Pero no se parecía en nada. Volví a escucharlo repetidas veces y me transmitía algo. Algo que enganchaba. No teníamos Internet, Google translator ni nada parecido y como mi inglés era deplorable, cogí el Collins y me apresté a traducir las letras, cuando, casualidades de la vida, en un ciclo de cine europeo proyectaban The Wall.

Fuimos mi compañera, un par de amigos y yo. Tres generaciones distintas. Comenzamos animados y dispuestos a ver una ópera rock, pero la idea se nos fue pronto. Seguimos absortos la proyección y al finalizar continuamos sentados como en trance. No fuimos los únicos. El silencio en la sala era sepulcral. Poco a poco fuimos abandonándola en el más absoluto recogimiento. El trayecto a casa duró unos veinte minutos y fuimos incapaces de articular palabra. Cada uno iba enfrentándose a sus propios fantasmas que de alguna manera la película había despertado. Fue curioso cómo al día siguiente, al reencontrarnos, en un primer momento permanecimos callados, mirándonos casi furtivamente unos a otros, como si guardáramos un secreto inconfesable. Pocas veces una película, un libro, una canción o una experiencia ajena me ha producido ese impacto. Quizá la versión cinematográfica de 2001, Odisea en el espacio, aunque no de este modo.

Puede que con el paso de los años, la impresión y el efecto que causó en mí, se haya ido desvaneciendo. Las actitudes y determinaciones que adopté a partir de ese momento, tanto conscientes como inconscientes, hayan sido reemplazadas por la apatía y la desidia. Puede ser. Pero The Wall constituyó uno de esos momentos cruciales en la vida que te obligan a parar en seco, reflexionar y  buscar respuestas.

Berlin 1989 - Gaza 2014

Berlin 1989 – Gaza 2014