Escritor desde la inquietud
Javier Marías ha vuelto a las librerías. Con una historia nueva, quiero decir, porque es de esos autores que siempre está en los estantes, recurrentemente buscado por los lectores. Tres años después de Los enamoramientos (según la crítica su mejor novela hasta la fecha) presenta Así empieza lo malo, un título que el propio novelista considera arriesgado: «Antes que lo digan, lo digo yo. Habrá alguien que afirme que es un título muy adecuado. O que incluso se debería titular Así empieza lo peor». A pesar de la broma, acumula premios tanto nacionales como extranjeros, aunque mantiene su negativa a aceptar cualquier galardón que se financie con dinero público. Eso incluye el Cervantes y cuando se le comenta que aparece en las quinielas concluye entre risas que es sólo «porque la gente hoy está muy loca».
Él mismo se reconoce como un autor lento, que rara vez produce más de una página al día, quizás dos, y al que cada novela le cuesta unos 20 meses de su vida. En Así empieza lo malo el lector encontrará otra novela de Marías, me refiero a que le resultará familiar. Ciertamente se ha hecho con una voz propia, de tiempo largo y frecuentes disgresiones (quizás aquí en la línea del Fitzgerald de Suave es la noche aunque con menos burbujas de champán). Una voz que sus seguidores buscan ya que cuando uno consigue hacerse con ese matiz diferenciador que hace que una frase determinada sea reconocible o que se diga «suena a…» es lo que se busca en su siguiente obra. Un cambio de estilo puede gustar más o menos pero, de entrada, choca.
Sus tiempos no son los del autor estadounidense. Nos lleva de la mano al Madrid de los 80, donde comenzará un viaje hacia atrás para descubrir una de esas historias pequeñas «que no habría salido del ámbito de lo privado». Una historia de personajes, como lo son las suyas, aunque con una profunda reflexión sobre la justicia y el perdón, a pesar de no considerarse un «autor moral» sí es un autor que ahonda en temas morales. «La justicia no es más que la canalización del ansia de venganza», afirmaba el novelista que continuaba analizando el tema asegurando que el perdón siempre es arbitrario. No depende de la gravedad o no de los hechos ocurridos, sino de lo que nos afecten o de quién lo haya hecho. «Todos conocemos a gente a la que se lo perdonaríamos todo», concluía.
Hablaba de Fitzgerald, pero la historia de Así empieza lo malo también me trajo ecos del cine, no en vano el libro está dedicado a Agustín Díaz Yanes. Tiene el mismo tono desencantado, falsamente nostálgico de Roma de Aristaráin, donde un joven recién salido de la facultad comienza a trabajar, en el caso de la película, para un escritor. Aquí será para un director de cine, aunque el séptimo arte no es más que un telón de fondo que no participa en la historia.
El nudo lo compone la investigación que Eduardo Muriel le encarga al joven Juan De Vere, a quien ha contratado como asistente. Le pedirá que investigue a un amigo de media vida, Jorge Van Vechten. Y también hay una mujer, la de Muriel (Beatriz Noguera). Siempre hay una mujer. O varias. Pero dicha investigación no será más que una excusa para la reflexión sobre el deseo y el perdón. Una novela si no moral, que reflexiona sobre temas morales sin emitir juicios, “sería estúpido que yo juzgara a mis propios personajes”, bromeaba el autor. Unos personajes complejos, llenos de matices y dentro de cuyas cabezas deberá meterse el lector para comprender por qué hacen lo que hacen. Una tarea que facilita el estilo detallista de la novela. Si bien el tempo es lento, sí es cierto que la construcción de los personajes es de aquellas que, cuando das la vuelta a la última página, te hace tener la sensación de que eran reales, no buenos y malos sino personas enfrentadas a decisiones, tentaciones e incertidumbres. A la vida.
En la novela la dictadura franquista aparece narrada sin hacer la más mínima concesión. Ante el miedo, llega a afirmar, muchos están dispuestos a renunciar a la libertad. Luego llegará la derrota y entonces cada cual se construirá su propio pasado, que incluso llega a creerse. Pero no aparece un sólo punto de vista. «Mis novelas no son morales, pero si aparecen reflexiones sobre temas morales», afirmaba el autor que considera ridículo juzgar a sus personajes.
Con 43 años de trayectoria a sus espaldas y con una obra que se complementa, siendo frecuentes las apariciones de personajes de libros anteriores en los siguientes, comienza a preguntarse qué le hace seguir escribiendo. «Cuando acabas una novela te preguntas si no será superflua, pero si te has puesto a la tarea es porque algo te ha inquietado lo suficiente como para sentarte a escribir».