Dos gamberros… Y un arcángel
Son de la familia. Al menos de la mía (quieran o no, después de todo la familia no se escoge). Crecí viendo Cajón Desastre, escuchando M-80 y luego la SER, así que Javier Cansado y Carlos Faemino entraron en mi vida antes de que yo fuera consciente. Y ya no se fueron. Pero hasta ayer nunca los había visto en directo.
No fue por falta de interés o de ganas. Tampoco de oportunidades, ya que con frecuencia repiten plaza en Madrid. Pero por un motivo o por otro no acababa de llegar el momento. Hasta ayer. Fue en su segunda casa, la Sala Galileo de Madrid. Y me alegro que fuera allí, porque ganan en las distancias cortas. No sé como será verlos en un teatro más grande, donde las butacas no estén tan próximas al escenario pero en una sala tan pequeña la energía entre los cómicos y el público fluye con una rapidez que pocos son capaces de manejar. Ellos sí.
Sobre las tablas son magnéticos y su verborrea te atrapa hasta tal punto que eres incapaz de asimilar todo lo que dicen y agradeces que el otro, como un eco, repita lo que el uno dice. Las ideas se suceden y cuando acaban un sketch es el momento para tomar aire y asimilar antes de pasar al siguiente. Asimilar cómo Cansado es capaz de hablar a una velocidad difícilmente igualable y como Faemino es capaz de sentenciar la frase interminable con una sola palabra o un solo gesto.
Es el suyo un humor exigente con el público. No hacen concesiones y hablan sobre lo que les apetece y como les apetece. Son capaces de combinar chistes escatológicos con palabras para las que muchos agradecerían tener un diccionario cerca (siempre han recomendado acabar la educación obligatoria antes de ir a verles). Y por la rapidez de la que hablaba antes exigen mucha atención, los mismos reflejos que ellos necesitan para responder en un segundo a las improvisaciones del otro las necesita el público para recibir los guiños que les brindan. No se trata de sentarse y que te lo den todo hecho. El espectador tiene que hacer su trabajo. La historia suele ser circular y una escena completa a la siguiente sorprendiendo a los más despistados y recordándoles lo que ya vivieron. Personajes conocidos, temas de actualidad, incluso religión. Así, se produce la transustanciación y nada es lo que parece, apareciendo arcángeles en los lugares más insospechados (qué se le habrá perdido en el Tíbet, con el frío que hace).
Dicen que el suyo es un humor blanco, que no se mete en temas conflictivos. Es cierto, hasta un punto. Después de todo una crítica o una reflexión no son menos certeras por ser sutiles y por necesitar una segunda lectura para llegar al fondo. O tal vez sea que he leído demasiado a Kierkegaard y ya veo cosas donde no las hay.
Por lo demás, son ellos dos sobre el escenario. Dos niños traviesos. Dos gamberros jugando a divertirse, riéndose ellos mismos de sus propias historias, sorprendiéndose el uno al otro y dejándose sorprender. Consiguiendo arrancar más de noventa carcajadas por espectáculo. Su guión necesita poco más que una chaqueta azul y otra roja. O dos camisas en los mismos colores. Unos tirantes y unos pantalones completan el vestuario. Igual que siempre. ¿Para qué preocuparse por lo accesorio cuando uno se puede preocupar de lo importante?
Sólo puedo decir que aún me duelen las mandíbulas y que incluso se me ha escapado alguna carcajada por un matiz que no acabé de pillar. Sólo puedo decir que fue la primera, pero espero que no la última. Y que me alegro de que me escogieran como público.