Brumas de lucidez

largoEsta crítica debería ser muy corta eliminando todo lo superfluo, como hace la propia función. Impactante. Espectacular. Listo, ya hemos acabado nuestro trabajo. Poco más hay que añadir, todo queda resumido ahí. Porque desde la adaptación del texto, firmada por Borja Ortiz de Gondra, hasta el último ajuste de las luces o el sonido encajan con esos dos adjetivos. Un decorado lleno de blancos, cuatro sillas una mesa y unas opresivas cortinas. Un sonido que podría ser innecesario porque los cuatro miembros de la familia Tyrone no necesitan hablar, sus gestos, sus miradas, hacen que la historia llegue al espectador. Sin embargo, para aquellos que no hayan podido disfrutar con Largo viaje del día hacia la noche , me extenderé un poco más.

Foto: Iraya Producciones

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Para los que no conozcan a Eugene O’Neill, premio Nobel de literatura y ganador de cuatro premios Pulitzer (uno de ellos por esta obra), les diré que es un autor frio, complejo y con muchas aristas. Un autor que huye de los lugares comunes y los finales obvios. Sus personajes se adentran en los lugares marginales de la sociedad y sus diálogos se llenan muchas veces de humor, para relajar la tensión, aunque en la mayor parte de los casos es bastante negro. Mario Gas ya dirigió A Electra le sienta bien el luto del autor americano y ahora protagoniza esta versión junto a Vicky Peña. Ambos son un matrimonio aparentemente feliz, enamorado a pesar de los años, con dos hijos bien avenidos, que se han vuelto a reunir en su casa de verano ya que la madre ha pasado un tiempo en un sanatorio.

Foto: Iraya Producciones

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Largo viaje hacia la noche , título que se le ha dado en España a la pieza, es la obra más autobiográfica de O’Neill, hasta el punto de prohibir que viera la luz hasta un cuarto de siglo después de su muerte aunque su esposa se saltó el veto, y nos habla de la pesada carga del pasado y de las consecuencias de no dejarlo ir. El título de esta adaptación (del día hacia la noche) recupera el título original de O’neill y nos da una pista más del viaje que realiza cada uno de los personajes. Una noche, además, marcada por la niebla y por el incesante sonido de una sirena de un faro cercano a la casa, acompañada por las proyecciones de un mar que conforme avanza el drama va encrespándose.

Es complicado subirse al escenario junto a dos figuras de la talla de Gas y Peña, que además derrochan complicidad. El primero compone un personaje humano, con el que el espectador empatiza llegando a dudar de su tacañería. La segunda una madre impotente que cede al dolor pero a la vez feroz y enajenada hasta partirte el corazón. Sin embargo, Juan Diaz y Alberto Iglesias dan la talla en el enfrentamiento con sus padres y entre ellos. El primero es el hermano menor, enfermo y trabajador. El segundo el mayor, desengañado ya de todo y que ha intentado, sin éxito, seguir los pasos de su padre en el teatro. En el camino de la bebida sí le ha seguido con éxito.

Foto: Iraya Producciones

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La obra encadena duelos por parejas con dos escenas grupales, en la que los movimientos en escena son rápidos y precisos. Un ejercicio de escucha en el que cada gesto parece completamente espontáneo. La mirada impotente de Gas al acabar la función, perdida entre el patio de butacas, hiela la sangre del espectador sin necesidad de más catarsis.

Amor y dolor van de la mano muchas veces y a nuestros seres queridos les permitimos las mayores atrocidades, incluso contra ellos mismos. Miramos hacia otro lado para no querer ver. Para no hacernos daño, para no hacérselo, hasta que ya es demasiado tarde. Entonces, simplemente, queremos perdernos en la niebla.