Mr. Spock retorna definitivamente a Vulcano
«A life is like a garden. Perfect moments can be had, but not preserved, except in memory» (La vida es como un jardín. Hay momentos perfectos que no se pueden conservar salvo en la memoria). Este es el último tweet de Leonard Nimoy del pasado 23 de febrero. Cuatro días más tarde, a los ochenta y tres años fallecía en Los Ángeles a causa de una enfermedad pulmonar crónica.
A pesar de sus esfuerzos por distanciarse del personaje, Leonard Nimoy quedará en la historia de la cultura popular como el Señor Spock de la mítica franquicia Star Trek. No en balde es el más veterano de los oficiales de la Flota Estelar de la que entró a formar parte desde sus inicios en 1966 en la serie original, hasta sus apariciones en las últimas entregas de J.J. Abrams en la gran pantalla, Star Trek (2009) y Star Trek – En la oscuridad (2013). Si bien Nimoy siempre será Spock para seguidores y fanáticos de la serie, en su vida personal y profesional nunca se dejó atrapar por el vulcaniano. Afrontó múltiples disciplinas, todas ellas en el ámbito creativo, cosechando rotundos éxitos. Abordó la dirección con la tercera entrega de la saga cinematográfica, En busca de Spok (1984), a pesar de las reticencias de la Paramount que tras el éxito de la película le ofreció la dirección de la cuarta entrega, Misión salvar la tierra (1986), cuyo éxito superó a la anterior. También en el ochenta y seis dirigió Tres hombres y un bebé con un enorme éxito de taquilla. Suele ser habitual que algunos actores se aventuren en otras tareas o proyectos cinematográficos o televisivos, lo sorprendente en Leonard Nimoy, por poco conocido al menos fuera de los Estados Unidos, es su dedicación a tareas como la poesía, la escritura, la fotografía o la música, en las que también destacó.
Me ha impresionado el currículum de Leonard Nimoy que he descubierto al documentarme para este artículo, pero me resulta materialmente imposible considerarlo al margen de Mr. Spok. Antes, cuando eras niño, salías del cine infantil emulando a los personajes de la película que acababas de ver. Peleando con un palo al estilo Espartaco, descargando certeros disparos a lo Billy el niño o lanzando granadas al búnker de los Cañones de Navarone. Me cuesta recordar cunado entró a formar parte de mi memoria pero me veo bastante pequeño afanado infructuosamente en hacer el saludo vulcaniano, porque en el caso de Star Trek, todos queríamos ser Spok.
Algo tenía este extraño personaje medio vulcaniano y medio humano, hijo del embajador de Vulcano Sarek y la humana Amanda Grayson que se unió a la Flota Estelar en contra de los deseos de su padre. Algo que te atrapaba, a pesar de que la NBC decidiera descartarlo tras la emisión de The Cage, episodio piloto de la serie, por considerarlo demasiado frío como para que el público se identificara con él, siendo la insistencia de Gene Roddenberry, creador de la franquicia, lo que permitió su continuidad. A fin de cuentas sólo éramos niños que no entendíamos de filosofías, mitologías ni antropologías. Simplemente íbamos a la sesión infantil del cine local los domingos por la tarde por dos pesetas y nos dejábamos llevar por las emociones, sin más.
Luego iríamos creciendo, aprendiendo, conociendo… y desengañándonos, pero siempre quedaba esa chispa interna que personificaciones como Spok con su constante conflicto interno entre la razón y la lógica vulcanianas y la intuición y emoción humanas, habían prendido en nuestro interior. Vendrían 2001, La Guerra de las Galaxias, Alien, … con nuevas tramas, efectos sobresalientes y personajes memorables, pero para muchos ninguna superaría el impacto de Star Trek. Ninguno alcanzaría ni de lejos a Spok, frío y lógico que en ocasiones cede a su vertiente humana con rasgos de ternura y sentimiento.