Cerveza, humo y guitarras
Esperaba para el concierto de Sidecars en la madrileña sala Sol a pie de escenario preparada para sacar unas fotos cuando me dio por pensar en el rock y en los garitos.
Es muy diferente ir a un concierto en un estadio donde de la fila 10 para detrás el cantante se vuelve una hormiga o se le ve por una de las pantallas dispuestas a tal efecto o ir a un local pequeño, en el que generalmente no hay foso y donde el sonido rebota en las paredes hasta llenar el ambiente de energía. También es un arma de doble filo, porque en las distancias cortas, las inseguridades se notan el doble.
El concierto en cuestión, organizado por la cadena Kiss Fm, tenía un público que me dio esperanzas. Por la edad y porque estaban en un garito esperando a escuchar una banda de rock. Una banda tan joven como ellos y que lleva ya mucha carretera encima. Es algo que me sorprendió de Sidecars al escucharlos hablar. Tienen la idea de los rockeros de siempre. Carretera, directos y tocar mucho. En todas partes.
Y pensé en la suerte que tenemos en Madrid donde casi cada día de la semana hay un garito donde se puede escuchar música en directo. Buena, mala o regular, va en gustos. Pero en directo. De gente joven que empieza, de gente menos joven que sigue picando la dura piedra de la música en un circuito que no siempre es agradecido ni está tan lleno como en este caso, en el que realmente no cabía ni un alfliler.
«A bandas como nosotros cuesta que le hagan caso, tenemos que dejarnos la vida». Es curioso volver al lugar donde fuiste feliz. La sala Sol fue su primer lleno, en 2008, con un disco en el mercado. Y ciertamente a Juancho se le veía feliz sobre el escenario en un show que, al parecer se hizo corto a todos. En el fondo es lo mejor, dejar a la gente con ganas de más.
El sitio ya se le ha quedado algo pequeño a la banda madrileña. Pero qué gusto poder disfrutar de ese sonido, que probablemente no sea el mejor, quizás el más puro. Qué sería del rock sin garitos donde sonaran las guitarras hasta altas horas de la mañana. Sitios como The Cavern vieron nacer a un grupo como los Beatles. Y a pesar de lo pequeño del sitio se les veía entregados con el público cuyo calor indudablemente debía llegarle más que cuando tocan en otros recintos más grandes. Dejémoslo en grandes.
No sólo en el rock, también el jazz o el soul. No en vano esa misma tarde había estado hablando con Aurora Garcia, frontwoman de Aurora and the Betrayers. Entre otras muchas cosas de la música y de como llega a la gente. Sobre todo cuando tiene personalidad. Cuando suena propia y no es algo prefabricado en un laboratorio.
Aurora llegaba a la música más o menos a la vez que los chicos de Alameda de Osuna. Buscando un medio de expresión. Un sonido propio. Y llegar a la gente como le habían llegado a ella otras voces. Sitios como el Café Berlín le permitieron foguearse con el público. No sé si lo echará de menos cuando llene el Palacio de los Deportes en un futuro (que si fuera por su talento debería quedársele pequeño). Yo echaré de menos poder disfrutar de su mirada directa.
Pero hablábamos del rock, ese estilo que se fragua en locales y en sitios llenos de humo. Quien no haya escuchado el vibrar de una marshall en las tripas o mantenga el ritmo de la batería en los oídos horas después de acabado el concierto no sabe lo que es vibrar con el rock. Es cierto, que la química de algunos cantantes es capaz de traspasar barreras y acercar a la gente en estadios inmensos. Pero no es lo mismo. Por mucho que más público pueda disfrutar de ellos.
Me alegro, pues, de haber podido compartir la Sala Sol con Sidecars y que me recordaran donde hay que ir a buscarles. Y el placer de vibrar durante dos horas sin preocuparse por nada más. Porque la música lo llena todo.