Lucille llora desconsolada la pérdida de B.B. King

lucilleDevoro con ansiedad cuanto llega a mis oídos. En mis estantes hay discos desde la Piquer a Metallica, pero cuando me decido a escuchar música por gusto, por mero placer, siempre acabo descubriéndome oyendo Rock o Jazz. Para simples aficionados de provincias ambos géneros son como dos grandes cajones de sastre con tantos sub-géneros, matices y variantes y una tan sutil línea divisoria, que a veces resulta complicado definir o situar una determinada pieza o composición. Jazz, Blues, Soul, Ragtime, Dixieland, Bebop… A fin de cuentas, a la hora de pinchar el auricular y darle al play da lo mismo y más si la que suena es Lucylle.

Es el nombre con que B.B. King (Riley Ben King) bautizó a su Gibson L-30 negra tras rescatarla del incendio que arrasó el salón de Twist de Arkansas donde actuaba allá por el 49. Dos hombres se enzarzan en una pelea que acaba con el local en llamas y una vez fuera, King se da cuenta que ha olvidado en el interior su Gibson y sin pensarlo dos veces, vuelve a entrar en el edificio para recuperar su guitarra a riesgo de su propia vida. A la mañana siguiente se supo que los dos individuos peleaban por una mujer llamada Lucylle. B.B. King puso este nombre a su guitarra ahora huérfana.

Valladolid, 4/6/2010. B. B. King en La feria de Muestras. Foto Ricardo Otazo.

Valladolid, 4/6/2010. B. B. King en La feria de Muestras. Foto Ricardo Otazo.

No me gustan los funerales. No sé que hacer, qué decir. Me abruma el dolor y el sufrimiento. A los pocos que asisto me limito a acompañar a los familiares, pocas veces pienso en el finado o la finada. Tampoco en este caso sé que decir sobre la pérdida de B.B. King porque, entre otras cosas, no soy consciente de que se haya ido. He estrechado la mano de Serrat; visto a Leiva en concierto a unos escasos cinco metros; asistido a otro impresionante de Miguel Ríos y su Big Band con un fuerte temporal de levante y una audiencia que no llegaba a veinte personas; he bailado hasta la extenuación ante Celtas Cortos… me son cercanos, cotidianos, pero con B.B. King me pasa como con Mozart o Beethoven. Siempre ha estado ahí y lo estará y cuando me apetezca o necesite oírlo lo encontraré dispuesto.

Las portentosas manos de King acariciando a Lucylle

Las portentosas manos de King acariciando a Lucylle

B.B. King continuará evadiendome de la realidad con sus solos de guitarra y sus riffs inimitables y certeros. He de reconocer que soy un músico frustrado. A pesar de mis esfuerzos y mis improductivos intentos por aprender solfeo soy incapaz de mantener el ritmo más allá de tres compases o encajar el tono a la primera. Puede ser por eso que alucino con gente como King que hace que parezca fácil lo que para mí es imposible. Tengo varias grabaciones suyas y acabo pasando horas pendiente sólo de sus manos. Es asombroso ver deslizarse suavemente sus dedos izquierdos por el mástil mientras la púa en la derecha acarician las cuerdas.

Cierro los ojos y me evade por completo de la realidad. Me aisla. Pierdo el contacto con todo, con todos, conmigo mismo. Incluso las cervicales, los riñones o la cadera se esfuman y acabo en una profunda nada donde sólo quedan mi consciencia y Lucylle, porque King no interpreta, no toca la guitarra, ni siquiera juega con ella, si traducimos literalmente del inglés o francés. El Rey se hace uno con la guitarra sobre las tablas, se deja llevar y conecta con el público transmitiéndole toda esa pasión que comenzó a germinar hace 89 años en la cabaña de madera de una plantación de algodón de Berclair, Menphis. El oyente la siente, la interioriza y se hace uno con Lucylle y King y entonces el tiempo se detiene y el espacio desaparece.

En un primer impulso, cuando tengo noticia de la pérdida de alguien conocido tiendo a mostrar mi pesar a sus deudos, más por educación y consideración que otra cosa, porque pienso que esto que llamamos vida no es más que un tránsito y la muerte algo tan natural como lo pueda ser un amanecer o una fina y refrescante lluvia de verano. Podría, quizá debería, lamentar la pérdida de B.B. King, pero es que el King que conocí, que conozco, el que ocupa mis horas bajas y altas, el que me relaja o me eleva el ánimo, no se ha ido, como nunca llegó. Está ahí donde y como siempre, y seguirá estando cuando sea yo el que se vaya.