Sueños verdes

cartel-297x437-publico-altaTodos tenemos un pasado. Y el mío está hilvanado por los hilos verdes de los sueños de Lorca. Así que soy poco permisiva y tolerante con lo que se hace con los textos del poeta granaíno. Y si hablamos de El público la tolerancia se reduce a prácticamente cero. De hecho, fue una de las pocas obras de las que me he levantado y me he ido en los últimos cinco años. Un desnudo rojo vestido de negro pudo con mis nervios.

Así que me acercaba al Teatro de la Abadía con cierto recelo, confiando en Àlex Rigola pero con la suspicacia de quien conoce casi cada línea de la obra que se va a representar y esperando escucharla. Mis defensas comenzaron a caer al cruzar la lluvia plateada que recibe al espectador. Hasta el punto que no vi si quiera los textos y fotos que adornan la entrada y a las que presté atención al salir. Y una risa se me escapó a mi pesar cuando entré en el patio de butacas y comencé a bailar con una de las espectadoras.

Entrar en una sala en la que se representa El público debe ser parte del rito que supone el teatro y el director catalán lo sabe. Uno debe transformarse en parte de la función. Así que desde que el espectador entra en el recinto debe estar dispuesto a dejarse seducir y jugar. Háganlo, déjense sorprender por esos acomodadores sin rostro y esos espectadores anónimos que se mueven entre el patio de butacas.

Luego, comienza la función. Es un texto hermético, cargado del surrealismo que llenaba la poesía del poeta y que caracteriza su teatro bajo la arena. El teatro que decía lo que plagaba su alma de magia. El teatro que quería llevar el mar al patio de butacas. Ese teatro que contagia de emoción a todo el que, con un espíritu libre y abierto, se acerca a sus líneas no para entender sino a sentir.

1[1]La escenografía, más allá de la lluvia de plata, es tan simple como efectiva, una montaña de ceniza, de esa ceniza que queda cuando todo arde hasta los cimientos. Y la iluminación es precisa, desde el verde de la escena de Pámpanos y Cascabeles hasta esa luz que se cuela desde el suelo cuando por fin se muestran los cimientos del drama. El reparto lidia con la dificultad de un texto más poético que teatral y se faja desde el primer momento hasta el último con las emociones que deben sacar a la luz (destacando sobre todo Pep Tosar como director y David Boceta, como Gonzalo, cuyo enfrentamiento echa chispas desde que aparecen en escena y un Juan Codina como Prestidigitador que sobrevuela toda la obra).

10Mientras la acción se desarrollaba ante mis ojos, intentar resumir su argumento sería algo impensable, me paré un segundo a reflexionar por qué iba yo a censurar precisamente una obra que lo que preconiza es la libertad. La libertad de poder ser, amar y sentir lo que cada uno quiera. Transformarse y transformar el mundo en un lugar más hermoso no debe ser algo represor, sino todo lo contrario.

Rigola ha aunado varios personajes y a otros los ha hecho más visibles, apareciendo fuera de las escenas en las que los confinó Lorca. Y así, quizás, ha conseguido que el hilo inexistente de una función hermética sea un tanto más visible para el espectador y que pueda moverse por los meandros de esa función de Romeo y Julieta que acabó con la muerte de todos. Porque es la verdad lo que Lorca quiere mostrar en su teatro bajo la arena, esa verdad que no podía reflejar por la realidad que lo aplastaba.

No hay nada superfluo ni baladí. Desde el color azul de los trajes de los hombres al rojo de Elena. Desde las figuras de pámpanos y cascabeles al Desnudo Rojo, que espera su muerte en la cruz y que le abran la herida del costado. Desde el director de escena hasta el prestidigitador (que pena que careciera de abanico para reforzar ese frío que hiela las venas de todos al final de la función). Ni los caballos, desnudos como tienen que estar los caballos a una Julieta que acaba reclamando su libertad y su poder sobre su propio destino.

7El Público de Lorca no es una obra que se represente mucho y es una pena, porque es uno de esos textos que todo aquel que ame el teatro debería ver una vez en la vida (y por supuesto leer para poder reposar cada una de sus figuras). Y sólo queda agradecer a Àlex Rigola que de nuevo la haya puesto sobre las tablas y que permita a todos aquellos que quieran acercarse hasta sus versos descubrir su magia. Sólo queda morir en el teatro o vivir en el teatro. Pasen y escojan, la decisión es solo suya. Señor, ahí está el público. ¡Que pase!