Nuestro niño consentido

(Foto: Jerónimo Álvarez)

(Foto: Jerónimo Álvarez)

Hay veces que pienso que entre todos tuvimos la culpa. Llevaba años queriendo escribir esas líneas y ahora con el segundo G-vine delante y los Doors de fondo parece un buen momento. Casi podría decir que lo tengo sentado delante y que se lo digo a él, porque sé que le gustaría el garito donde estoy. Te lo consentimos todo, Antonio. Te lo perdonamos todo. Y volveríamos a hacerlo. Porque nos bastaba con verte, con que nos acompañaras. Hace poco leía que a Madonna la abuchearon por empezar tarde un concierto. Tal vez sea porque la ambición rubia no tenga ni la mitad de magia que Antonio Vega. Ni una cuarta parte.

Se que me ganaré abucheos por decir eso. Por sus conciertos se paga cuatro veces lo que se pagaba por los del madrileño. La gente la sigue por medio mundo. Pero yo estuve en conciertos en los que Antonio llegó tarde, muy tarde, casi sin poder sostener la guitarra y en los que cantó menos de los que se le había esperado para que apareciera (quiero decir que cantamos nosotros, porque a veces ni podía, mientras que esbozaba los acordes), con un manager muy apurado apareciendo en el escenario excusándole. «Tiene problemas para aparcar», era una muy típica. Y volvíamos. O a veces volvía él, marcándose conciertos inolvidables en sitios tan insospechados como Zahara de los Atunes. Y repetíamos. Una y otra vez. Nunca se sabía cual podía ser el último. Y todos queríamos estar. Y lo que son las cosas, no fue el caballo al que llevaba montando años el responsable, sino el cáncer de pulmón.

Antonio VegaCuando me bajé del tren por primera vez en Madrid, yo quería ser la chica de ayer, aunque no fuera rubia. Yo quería ir al Penta a escuchar canciones que consiguieran que me pudieran amar. Ser el sitio del recreo de alguien o encontrar el mío, de sol espiga y deseo, o que alguien me viera como la mujer, donde las haya tenaz, siempre de cartas boca arriba, dispuesta a entregar antes que sus armas, su vida.

Habría cumplido 58 años que ya nunca cumplirá. En la estación nevada. Y si uno escucha su música comprende que amó la vida pero que el mundo fue demasiado para él. Quizás por eso acompaña tanto escucharlo. Quizás por eso hace que la esperanza de un abrazo resuene tras sus notas. De una familia bien, como era habitual en los 80, el niño salió músico. O poeta. O mago.

ANTONIO VEGAAntonio Vega siempre me cantó a mi aunque si alguna vez me crucé con él, porque al final sí que fui al Penta, jamás cruzamos una palabra. Incluso él mismo quedaba por debajo de lo que era para nosotros. Ese chico tímido y solitario que brillaba detrás de una guitarra y que nos cegaba. Ese que hacía que las noches más frías y duras lo fueran un poco menos sonando en tu oído.

Por eso se lo permitimos todo. Y me temo que volveríamos a hacerlo. Porque sin gente como él, que nos hace la existencia más fácil, la soledad se vuelve mucho más dura y real.