Como un creyente a ver a Dios
Tenía yo dos opciones para ir al cine. El bardo o el gurú. No tengo Mac, no tengo I·phone, ni siquiera I·pad o I·pod. Sólo he usado un Mac·book en mi vida y me costó media hora hacerme al manejo del cacharro y casi pierdo el hilo de lo que tenía que escribir (y de paso de la ceremonia que estaba cubriendo). Pero, ciertamente Steve Jobs tiene algo que atrae y además lo había escrito Aaron Sorkin. Si consiguió hacer una película emocionante sobre el creador de una red social, que no podría hacer con el presidente ejecutivo de Apple.
Como los creyentes van a misa yo trato de ver todo lo que sale de su pluma. Desde Algunos hombres buenos a The Newsroom he consumido con fruición cada uno de sus grandes textos trufados de interminables monólogos. Por lo tanto, igual algo sí tienen en común: los dos, separados por varios siglos, son capaces de mostrar el claroscuro del ser humano a través de sus palabras.
Hay quien le tacha de tendencioso (los discursos de Bartlet tenían mucho de torticeros pero al presidente de los Estados Unidos se le perdona casi todo y más a ese presidente cuyo único defecto parece ser que no sabe hacer chile) pero, qué quieren que les diga, también lo son los textos sagrados y la gente lleva años siguiendo sus palabras a pies juntillas. El guion de Steve Jobs no defrauda. Denso, enrevesado y trepidante hace que un monólogo tenga el mismo ritmo que una escena de tiroteos y que al salir el espectador tenga las neuronas a toda velocidad. Cansa, es un cine que cansa y mucho. Pero que recompensa.
Y para llevar el ritmo de tan vertiginoso combate, Michael Fassbender, en estado de gracia y cuya dicción es envidiable teniendo en cuenta la velocidad a la que se ve obligado a hablar, y una Kate Winslet, que ya dejó muy atrás el estereotipo de niña mona de Titanic y que ha demostrado un talento indiscutible, se baten como un en duelo de esgrima. Los arropan a la perfección todos los secundarios, encabezados por Seth Rongen y Jeff Danniels (con lo que yo dije de este hombre después de ver Dos tontos muy tontos y ha tenido que venir el bueno de Aaron a redescubrírmelo). Y la dirección de Danny Boyle completa el movimiento, acompañando con los clásicos travellings (más de una vez me acordé de El ala oeste de la casa blanca) y esos planos de media cara que tanto recuerdan al creador de la tecnología que ha revolucionado el siglo XX.
Porque igual que yo voy como una creyente a ver a Sorkin, hay cientos de miles de personas que cada vez que Apple saca un nuevo producto hacen horas y horas de cola para consumir cada uno de los nuevos ingenios con manzanita. Y si es así, es gracias a una figura tan popular como controvertida como fue Steve Jobs. La película se centra en tres momentos fundamentales en su vida profesional (el lanzamiento del Mackintosh, el del Next y el gran triunfo con el I·mac) y en como este budista, adoptado, que comenzó en un garaje (qué tendrán los garajes estadounidenses) consiguió demostrar que su visión era la correcta.
La historia bascula en las tres presentaciones con una estructura bastante similar: Jobs enfrentándose a las contingencias que se ve obligado a vencer antes de poder salir ante prensa e invitados. Conseguir que este montaje no se haga repetitivo es sólo mérito del triángulo director-guionista-protagonistas. Fassbender parece haberse amoldado a la perfección a las exigencias de un personaje magnético que debía arrollar a cualquiera que se pusiera delante de él, salvo quizás a su única aliada, Joanna Hoffman, su directora de marketing (Winslet), con la que, en ocasiones, se muestra hasta humano.
Déspota, totalitario, exigente, perfeccionista. Son muchos los adjetivos que se pueden emplear para definirle dependiendo de quién sea el que se acerque a él. Sorkin lo ha hecho desde su propia perspectiva y con pocos paños calientes, tal vez reconciliándose con él sólo al final. Queda a decisión del espectador si es necesario imponer tal nivel de exigencia (empezando por uno mismo) para cambiar el mundo.