El día que los actores no fueron

©Foto Marieta
Me vais a perdonar porque no sé qué escribir. La cosa es que yo iba a ver una obra de la que había oído hablar mucho, Lluvia constante se llama, y en la que actúan Roberto Álamo y Sergio Peris – Mencheta. Sí, el calvo de Águila Roja y uno de los chicos de Al salir de clase. Pero el caso es que nos dieron plantón. El teatro lleno y no aparecen. En su lugar se cuelan sobre el escenario dos policías, Rolo y Dani, con pinta de haber vivido mucho y se pusieron a contarnos su historia.
Porque yo la otra noche no vi ni a Roberto, del que he visto todo lo que he podido, ni a Sergio, del que he visto algo menos pero al que merece la pena seguir. Vi a dos maderos que no consiguen ascender a inspectores porque el comisario les tiene manía y que se han comido mil marrones el uno por el otro. Vi a dos seres enormemente generosos con su compañero al que apoyan en todo momento, las miradas de Álamo a Peris – Mencheta no tienen precio, pero a la inversa tampoco. Vi a dos profesionales entregados que se desgarran minuto a minuto y que tras dos funciones seguidas siguen brindando su alma al espectador.

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Cuando esta obra se estrenó en Estados Unidos sentí envidia. Allí la montaban Daniel Craig y Hugh Jackman. Fue un éxito, tanto que Spielberg se hizo con los derechos para llevarla al cine. Pero qué queréis que os diga. Después de anoche creo que los que nos tienen que envidiar son ellos, que diablos, ya está bien con tanto complejo. Dudo mucho que lo que a mi me hicieron sentir pueda mejorarse. Y eso es lo importante.
El texto es un claro ejemplo del mejor noir con todos los tópicos. Poli bueno, poli malo, poli pasado de vueltas, poli que intenta rehabilitarlo, compañeros patrullando por las noches por la zona muerta, una familia que mantener, una femme fatal. Dani es un padre de familia violento y que si por las buenas no es capaz de sacar adelante a los suyos lo hará por las malas. Rolo es su mejor amigo desde la infancia, uña y carne, el típico chico introvertido al que Dani pegaba una paliza regularmente para que espabilara y que se convierte en un hombre callado, con tendencias depresivas y que trata de superar su alcoholismo. Un suceso violento en casa de Dani disparará la acción cuando a este le ciegue la venganza. Es la historia que hemos leído mil veces. Hasta el punto que a todo espectador aficionado, y yo lo soy, le resulta previsible. Hasta cierto punto.

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¿Donde está pues la diferencia? No es en la escenografía, simple y funcional (una mesa y unas sillas) ni en grandes efectos (la lluvia que moja a los actores) ¿Qué hace de Lluvia constante un montaje único y diferente? Ellos. Roberto Álamo y Sergio Peris – Mencheta que regalan su corazón a sus personajes y resultan estremecedores. Una obra que comienza como una conversación a tres (actores y público) y que poco a poco se va convirtiendo en una alternancia de monólogos en los que el otro escucha hasta que tiene que intervenir. Escuchan y miran (ambos verbos activos, no confundir con ver y oír).

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Empiezan la función rompiendo la cuarta pared y charlando realmente con los espectadores y os prometo que por momentos aquello parecía real. Que no eran actores sino personas. Escuchar a Peris – Mencheta canturreando una nana o a Álamo mirándolo agradecido y en silencio por hacer lo que él ya no puede. De fondo, la lluvia, lavándolo todo y llevándose toda la porquería y la mierda calle abajo. Y en aquel teatro y en aquella noche ellos, esos dos policías porque los actores no fueron, me regalaron un pedazo de su espíritu y yo a ellos de mi asombro, complicidad y mi absoluta rendición.