Cacofonía psicodélica nipona
No todas las músicas son para todos los públicos. Es algo que he aprendido con el tiempo. Eso no quiere decir que sea ni mejor ni peor, es otra cosa que he aprendido, a no hacer ránkings estúpidos con lo que lo único que se consigue es disfrutar menos de aquel que, circunstancialmente, se coloca por debajo Igual que hay quien prefiere pasear por Montmartre otros prefieren perderse en un crucero por el mediterráneo. Pero decía que hay públicos para todo, así mientras que muchos se agolpaban en la Caja Mágica para disfrutar de Neil Young unos pocos preferían esconderse en un local subterráneo para disfrutar de rock progresivo. Japonés en este caso.
Así, y aprovechando que la música te hace viajar, cuando comenzó el concierto yo tenía la sensación de estar en alguna serie manga o, en el mejor de los casos, en una película de Tarantino. Solo me faltaba alguna serpiente recorriendo las paredes. Pero no, seguíamos en el centro de Madrid. El ciclo de conciertos Son Estrella Galicia dentro del 100% Psych trajo a Follakzoid el pasado martes y ayer sábado a los nipones Kikagaku Mollo. Una música peculiar que mezclaba sonidos tradicionales japoneses con otros más oscuros propios del rock psicodélico, con sus sintetizadores y sus distorsiones.
Y esta vez lo he dicho con toda intención en tercera persona, porque no puedo decir que no me gustara pero sí que no lo disfruté porque creo que una parte del concepto no llegué a comprenderla. No fui capaz de entrar desde el principio en el viaje que los del País del Sol Naciente propusieron. En parte creo que fue por lo que me molestan los tonos agudos (tan propios de la música japonesa, donde reconozco que mi conocimiento no llega más allá de un par de discos de Kitaro). Pero en un concierto es importante escuchar y esos mismos sonidos que a mí me sacaban de quicio había a quien le transmitían paz.
Es curioso como la música nos afecta y los llega, o no. Y a pesar de que lo intenté no fui capaz de aceptar del todo la propuesta que conforme la presencia de los instrumentos tradicionales japoneses perdieron peso, conseguí disfrutar bastante más. Y es que no es raro que una música que tuvo su origen en Estados Unidos, pero donde la mayor parte de los intérpretes iba a buscar sus raíces a Oriente, haya llegado a teñir también la música oriental, dando grupos como este (que diría que está formado por cuatro jovencísimos nipones pero confieso que me resulta muy complicado valorar su edad, ya que muchas veces me da la sensación de que tienen el don de la eterna juventud. Aunque en este caso sí, son realmente jóvenes).
Es también, desde sus inicios, una música que exige estar en la condición adecuada para escucharla. Una música que al público que se arremolinaba en torno al escenario le hacía levantar los brazos y agitarse al ritmo de la música, y a mí, que los miraba un poco de lejos y bastante tímida, me era imposible seguir en las transiciones, breves y concisas con alguna introducción breve. Una música en la que la partitura muchas veces quedaba en segundo plano frente a lo que los cuatro integrantes se dedicaban a improvisar sobre el escenario, dejándose llevar por el sonido.
Un viaje complejo, propio del género, con sonidos que se van desgranando en cascada, con agudos propios de la música oriental (tradición no solo japonesa sino también hindú) y que se convierte en una cacofonía de sonidos en los que las notas se superponen desdoblando incluso la conciencia del oyente que tiene mil focos a los que prestar atención.