Un nuevo viejo amigo de la mano de Pérez Reverte: Falcó
Cuando veo a una persona leyendo un libro que me apasiona, descubro un libro recomendándome a una persona. Suelo aplicarme esa frase. En ocasiones, cuando viajo en metro, en tren, sobre todo en viajes largos, pierdo buena parte del tiempo cotilleando las cubiertas de mis compañeros de vagón y sus actitudes. Me gusta ver como unos se mantienen escépticos mientras otros se entregan a las líneas realizando dos viajes a la vez…
En ocasiones eso me ocurre también con los autores. A Pérez – Reverte le elegí en mi más tierna adolescencia. Curiosamente fue por sus mujeres. Por Julia, el único de sus personajes que, si se fijan, no tiene apellido. Porque otros, como Falcó, precisamente se caracterizan por él y no por su nombre de pila. Y también por sus hombres. Por una identificación irracional con un mundo fantástico que poco a poco fui descubriendo similar.
Me gustan más los lobos que los corderos. Sobre todo que los lobos con piel de cordero, que son los peores. Y también prefiero antes a un inocente que a un imbécil. Este es mucho más peligroso. Sobre todo si se siente con poder. No hay nada peor que darle poder. Pero me desvío. Es esa identificación con los personajes, con ese desengaño vital y ese hay que fajarse contra Dios y contra todo, el que me llevó a adoptar a Arturo como miembro de mi club invisible. De ese happy few que al que dedicaba nuestro amigo Sthendhal sus libros. Fíjense, a Fabricio del Dongo me lo presentó él, Arturo, digo, en una conferencia cuando aún estaba en el instituto.
Así que desde ahí viene nuestra relación. Intensa, unas veces más satisfactoria y otras menos. No se puede ganar siempre. Pero de entre todas esas luces y sombras me quedo con la identificación, con la compañía, que es lo mejor que puede brindar un libro. Mitigar la sensación de incomprensión, servir de faro en la travesía a vela que es la vida.
Y ahora me encuentro con otro nuevo viejo amigo. Falcó es su última novela, una historia de las de siempre pero con la nueva densidad narrativa que desde, quizás, El tango de la guardia vieja ha adquirido su prosa. Un ritmo más pausado, un avance menos vertiginoso y entregado a alumbrar con la luz de un candil los entresijos de personajes que siempre actúan conforme a unas normas. Las suyas propias.
Lorenzo Falcó, 37 años, granuja, hampón elegante según el Almirante, su jefe en los servicios secretos franquistas. Una especie de señorito jerezano de familia de bodegueros con cara de galán de Hollywood y guiño de dureza, que fue expulsado con de la Academia Naval por un escándalo con la esposa de un mando. Así nos presenta Reverte a este nuevo viejo amigo que comparte ADN con Max Costa, Diego Alatriste y algún otro, en lo que sin duda viene a ser el estilo Reverte.
También Eva Rengel nos trae aromas y matices de historias pasadas…. Es un personaje redondo, muestra del tipo de mujer “Reverte”. Valiente, decidida y leal. Apasionada planificando y fría ejecutando. El tipo de mujer capaz de decir “La guerra es todo un espectáculo” mientras los nacionales bombardean Cartagena. El tipo de mujer que “que cuando los indios atacan el fuerte, en vez de cogerse del brazo de su hombre coge un rifle y se pone a disparar”, las que le gustan a Reverte.
En torno a ellos una serie de personajes cuidados y bien definidos que cimentan el equilibrio de la trama. El Almirante, jefe del SNIO, los servicios secretos franquistas, que antes lo fue de la inteligencia republicana y al que probablemente, de seguir la saga, veremos al frente del CNI. Viejo zorro ladino y algo canalla. Los hermanos Montero, “camisas viejas” de Falange, idealistas y entregados a la causa tan incondicional como ingenuamente. Y Lisardo Queralt, jefe de la guardia civil mezquino, rastrero y vengativo.
Reverte atraviesa indemne el escenario de la guerra civil sin pringarse en el empeño, de la mano de un Lorenzo Falcó para el que “los bandos estaban perfectamente claros: de una parte él, y de la otra todos los demás” y que a pesar de lo cual, consigue ganar las simpatías del lector.
Una trepidante intriga que Reverte resuelve pausadamente, sin prisas ni estridencias. Así como la Guardia Vieja requería del tango, falcó discurre a ritmo de blues, drámático y sensual, trágico y burlón, abalgando sobre una armonía continua y apacible. Con los libros me pasa lo mismo que con los sueños, que unos los vivo en color y otros en blanco y negro. Falcó es de los que he leído en blanco y negro, a veces con un buen brandy y siempre acompañado de Louis Jordan, Big Joe Turner o John Lee Hocker.