El mundo es pequeño, pero no tanto
Hay libros que, por un motivo u otro, se acaban quedando en la lista de «pendientes» y se encuentra siempre un motivo para ir demorando su lectura. Eso es lo que me pasó con La caída de los gigantes, primer volumen de la trilogía The Century en la que Ken Follet ha tratado de plasmar el espíritu del siglo XX. Sólo la salida del tercer tomo y algunos comentarios de conocidos me impelieron a coger las 1000 páginas sobre la I Guerra Mundial.
Después de unas semanas, mala señal, puedo confirmar mis sospechas. Es otra historia de Follet, pero menos. Y lo es, creo, por un exceso de ambición y un defecto de fondo. Desde que me leí Los pilares de la tierra (que confieso que disfruté) he mantenido que Ken Follet escribe un solo libro y le cambia la ropa a los personajes. Eso sí, lo escribe mejor que nadie. Hasta ahora.
Y sí, hablar de semanas de lectura es mala señal porque si algo tenían sus novelas era que enganchaban a la trama, en detrimento de las horas de sueño de los lectores nocturnos. Pero en este caso me distancié de la historia. No me resultaba creíble. Y supongo que es porque conozco, groso modo, los hechos. Y eso es lo que no encuentro en el libro. Cinco familias de cinco lugares distintos (Estados Unidos, Rusia, Inglaterra, Gales y Alemania) no pudieron estar presentes y entrelazadas en todos los hechos esenciales (menos cuando me adelantan que el resto de la historia se desarrolla entre sus hijos y sus nietos) del siglo XX. Además, cuando leo un libro en el que aparecen hechos y personajes que conozco, que me los tengan que nombrar para reconocerlos me resulta extraño y en este caso me ocurrió varias veces (quizás con la excepción de los personajes británicos).
Otro rasgo negativo es que si hay algo que tiene la realidad es que no es maniquea. Los buenos no toman siempre la decisión correcta ni los malos siempre quieren hacer lo peor. Más allá de la visión del Régimen Comunista (no voy a ensalzar sus virtudes ni negar los Gulags pero el objetivo de buena parte del libro parece ser demonizarles), se ensalzan las virtudes de Estados Unidos, que se ve que no querían hacer negocio y enriquecerse vendiendo armas a Europa sino defender la paz y la libertad. Los personajes son buenos o malos, íntegros o corruptos… Y ninguna verdad es tan absoluta.
Demasiado espacio que cubrir, demasiado que contar y una simplificación de los actores. La guerra se acaba perdiendo y el lector no comprende muy bien como avanzan los hechos o como cambia la política. Ese esquema funciona muy bien para una ciudad pequeña como Kinsbridge o para explicar un contexto concreto, como la fundación de la banca de Londres. Pero no para explicar un conflicto que implicó a todo el mundo.
No puedo decir que sea un mal libro, pero sí que no es bueno. Que le falta, sin duda sangre a los personajes, un alma que los haga reales y que consiga transmitir el dolor, el sufrimiento y el miedo, la pasión de la lucha por unos ideales o por salvar la vida y que se gane al lector.